Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.
Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucha más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
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Alguien se pone en camino y, al mirar hacia delante, a lo lejos distingue su casa. Sigue caminando hacia ella y al llegar, abre la puerta y entra en una habitación preparada para una fiesta. A esta fiesta vienen todos los que fueron importantes en su vida: y todo el que viene trae algo, se queda un tiempo, y se va.
Así, pues, vienen a la fiesta cada uno con un regalo por el que ya pagó el precio entero sea como fuera: la madre, el padre, los hermanos, un abuelo, una abuela, el otro abuelo, la otra abuela, los tíos y las tías, todos los que hicieron sitio por ti, todos los que te cuidaron, los vecinos quizás, amigos, maestros, parejas, hijos: todos los que tuvieron importancia en la vida y los que aún la tienen. Y cada uno llega, trae algo, se queda un poco, y se va…
Después de la fiesta, la persona se encuentra colmada de regalos y solo permanecen a su lado aquellos a quienes les corresponde quedarse aún un tiempo. Así, se acerca a la ventana y se asoma: allí ve otras casas, sabe que un su día también allí habrá otra fiesta, y él irá, llevará algo, se quedará un poco, y se irá.
(Bert Hellinger, Órdenes del amor)